Las crisis personales
Los momentos de crisis son siempre incómodos, salen todas las resistencias del ser humano para rechazarla, para mirar hacia otro lado, para taparse los ojos, para engañarnos y decirnos que todo está bien: «Con todo lo que tengo, ¿Cómo puedo quejarme?»
Una crisis es como una enfermedad, viene para darnos un aviso, para que nos planteemos un cambio. Si todo está siempre bien no evolucionaríamos, no nos replantearíamos la vida y no haríamos ningún cambio.
Mirar esa crisis, observar qué ocurre, cuál es la causa, de dónde viene, sentirla, escucharla… sin importar lo que ocurra después, simplemente dejarla estar, abrazarla, incluso agradecerla! Cuando uno la escucha, nos da muchos mensajes, nos ayuda a conocernos, a mirar la sombra, a descubrir qué no nos gusta de nosotros. Tener alguien delante que nos acompañe en el proceso es esencial para que nos haga de espejo, para que nos ayude a ver con más claridad, para así encender una antorcha, cogerla con la mano en esa cueva oscura y empezar a mirar las paredes, ver qué hay, qué veo, qué veía… quién soy.
Aprovecha esos momentos «duros» para fortalecerte, para conocerte y para ser capaz de disfrutar mucho más de la luz que aparece después. Hace poco un amigo me decía: «si es un problema, es porque tiene solución, sino no sería un problema», me ha resonado mucho esta frase en los últimos días.
Gestionar este tipo de crisis personales está muy relacionado con la capacidad de gestionar las emociones, el proceso de escucha, de sentirlo como algo que viene a ayudar, que es algo externo, algo que nosotros no somos y con lo que no podemos identificarnos sino solo agradecer y transitarlo, como si fuera una herramienta más en el camino de la vida.